Naked (Indefenso)
‘Naked (Indefenso)’ (1993), de Mike Leigh es una singular variante, entre tenebrista y grotesca, de ‘La odisea’ de Homero, contada con ruido y furia por un airado que parece que recuperó el aliento, perdido en el limbo del olvido como aquel globo en el que desaparece el protagonista de (Charlie Bubbles’ (1966), de Albert Finney, de los jóvenes airados del ‘free cinema’ que brotaron como un revulsivo hervor, a finales de los cincuenta, sacudiendo las entrañas de su sociedad, aunque pronto fueron sustituidos (¿anulados?) por las más inocuas y menos incómodas burbujas o globos o cortes de pelo de cazo a lo beatle del ‘swinging london’. Claro que en esta odisea no hay manera de volver al hogar, ni aunque sea tardando veinte años, no hay dirección hacia el pasado, ni hacia el futuro, sino una carrera a la fuga, apretando el acelerador de un coche robado o a la pata coja, como un dibujo animado que han sorprendido fuera de la viñeta. La odisea ‘de fuga’ de Johnny (David Thewhlis) comienza Manchester, en dirección a Londres, tras intentar violar en un oscuro callejón a una mujer; ahí empieza su carrera (aunque se irá apreciando que es alguien a la carrera desde hace mucho tiempo), que implicará robar un coche con el que se dirigirá a Londres. Aunque no será su punto de destino porque el hogar de Londres, en el que vive una exnovia, Louise (Lesley Sharpe) junto a una amiga, Sophie (Katrin Cartlidge), presente pero un poco extraviada, y otra, Sandra (Clare Skinner), ausente incluso cuando se haga presente (presa de los espasmos ante el caos de quien necesita un mundo en donde todo esté en su correspondiente clasificador), no será sino otra casilla de la que salir huyendo, tras coquetear y acostarse con Sophie, y coquetear de nuevo aunque sin acostarse con Louise, porque realmente Johnny no parece tener claro qué quiere, ni a quién, por eso sigue a la fuga, que es también de sí mismo. Y comienzan los encuentro en la noche londinense de este Ulises, que más bien parece un despojo evadido de una obra de Samuel Beckett, con unas patéticas variantes de Calipso, Circe, las sirenas o cíclopes de Homero. Archie (Ewan Bremmer), un escocés que grita el nombre de una mujer, Maggie, a la que busca, y que parece sacudido por multi tics (hilarante este episodio en el que brilla sobremanera la excepcional condición de dialoguista de Leigh); Brian (Peter Wight), un guarda de seguridad, cuyo trabajo Johnny califica como el más aburrido del mundo (como si hubiera comido loto y se hubiera olvidado de sí mismo, como en la obra de Homero), aunque aún es capaz de replicar a Johnny que no desperdicie su vida (que no deja de ser la amarga apostilla de quien se ha resignado a una vida enajenada a aquel, Johnny, que aún se resiste en la disidencia de una errancia que realmente es extravío). Mujeres que parecen anegadas en la desesperación, la apatía, en la indefensión que no se puede maquillar, cuerpos magullados como si sus emociones heridas gritaran por sus poros, como esa mujer, que parece una esquirla de un cuadro de Bacon, que contemplan Brian y Johnny en una ventana del edificio de enfrente, y a la que Johnny visita, o aquella chica del Café (Gina McKee), que parece amordazada por una decepción que la ha convertido en un cuerpo sonámbulo, aunque por un instante despierta y grita para que la deje seguir a la deriva en su soledad. En el relato se interfiere otra línea paralela que parece desconectada, durante buena parte del relato, Sebastian (Gregg Cruttwell), la encarnación del yuppie que brotó como un hervor de ácido en los ochenta, la encarnación de la arrogancia y la vanidad, el ‘tipo’ que se ha apoderado de la realidad social tras su bing bang de los 80, dejando en los márgenes a ‘tipos’ como Johnny, ese depredador que se apropia de los espacios y de las vidas de los demás, que las toma y golpea cuando quiere, por capricho, sin escrúpulos (como ejemplifica cuando ‘toma’ la casa donde viven las chicas, al revelar que es su casero, como si fuera su feudo). Es el ‘tipo’ que ha convertido a alguien como Johnny en un ser escindido, alguien con una capacidad intelectual, culto, que ha ‘degenerado’ en un ser a la deriva, atropellado por sus propias contradicciones, refugiado en el sarcasmo, la rabia de la frustración, o una pulsión de instinto que es más bien expresión de una desesperación, de un desconcierto, de un extravío vital. Johnny se ha perdido hace tiempo y ya no parece poder encontrarse, por eso su odisea no tiene sentido ni dirección. No es posible la vuelta atrás, como ya no hay riendas, sólo dejarse arrastrar por el movimiento que es desbocamiento, como un cuerpo que arde por dentro hasta que acabe consumido.
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