Kafka en el tranvía (preliminares a Kafka)
Incluso en El castillo y El proceso, que son novelas de Kafka que han agobiado y angustiado tanto, hay muchas situaciones que pueden despertar risa. Hilaridad que el lector en ocasiones reprime porque está metido dentro de un absurdo, de una problemática que es aterradora. Pero esos elementos humorísticos son el contrapunto que el propio Kafka establecía para restarle presión al drama. Una hilaridad aprendida de los días en que leía precisamente a Robert Walser en voz alta y se partía literalmente de risa, muy especialmente con Jacob von Gunten: “Aquí se aprende muy poco, falta personal
El aprendizaje lo encontró Kafka en los libros de sus autores preferidos. Hacia 1910, empezó a trabajar en un peculiar laboratorio de influencias, el más singular del siglo pasado. Los Diarios, por un lado. Y, por el otro, las prosas indecisas que acabarían conformando su primer libro, Contemplación, publicado en 1912.
Se diría que ha pasado mucho más tiempo desde que Kafka comenzó a ser Kafka y dejó atrás ciertas indecisiones. “Estoy en la plataforma de un tranvía y me siento totalmente inseguro con respecto a la posición que ocupo en este mundo, en esta ciudad, en el seno de mi familia”, escribió en El pasajero, prosa breve de Contemplación. En esos días, Kafka ni siquiera se sentía capaz de justificar qué hacía allí en aquella plataforma, sujeto de aquella correa, dejándose llevar por el tranvía. Pero ya también en esos días Kafka era implacable. Con una muchacha, por ejemplo, que se instala junto a la escalerilla, lista para bajar del tranvía. “Se me muestra tan nítida como si la hubiera palpado (...). Su orejita está muy pegada a la cabeza, pero como estoy cerca, veo toda la parte posterior del pabellón derecho y la sombra en la raíz”, escribe. Y termina preguntándose cómo es que la muchacha no se asombra de sí misma y mantiene la boca cerrada sin decir nada.
Todo eso ocurrió en los años de las lecturas decisivas, en los años de las incertidumbres repartidas por las plataformas de todos los tranvías. Durante un tiempo, el matrimonio Nabokov, en el Berlín de 1922, subió al mismo tranvía que tomaba Kafka, el Berlín-Litchterfelde. Nunca le hablaron porque no sabían que era él, pero Vera Nabokov siempre dijo recordar “aquella cara, su palidez, la tirantez de la piel, aquellos ojos tan extraordinarios, ojos hipnóticos resplandeciendo en una cueva”.
De los años de formación en la oscura cueva no se ha librado nunca nadie. Ni Kafka. Nadie le exigía en aquellos días que justificara sus lecturas, ni su presencia en la extraña plataforma de la vida. Pero el gran tranvía, más allá de las iniciales influencias, se estaba ya poniendo en marcha.
Kafka Carta a Milena
“Yo, alimaña del bosque, antaño, ya casi no estaba más que en el bosque. Yacía en algún sitio, en una cueva repugnante; repugnante sólo a causa de mi presencia, naturalmente. Entonces te vi, fuera, al aire libre: la cosa más admirable que jamás había contemplado. Lo olvidé todo, me olvidé a mí mismo por completo, me levanté, me aproximé. Estaba ciertamente angustiado en esta nueva, pero todavía familiar, libertad. No obstante, me aproximé más, me llegué hasta ti: ¡eras tan buena! Me acurruqué a tus pies, como si tuviera necesidad de hacerlo, puse mi rostro en tu mano. Me sentía tan dichoso, tan ufano, tan libre, tan poderoso, tan en mi casa, siempre así, tan en casa...; pero, en el fondo, seguía siendo una pobre alimaña, seguía perteneciendo al bosque, no vivía al aire libre más que por tu gracia, leía, sin saberlo, mi destino en tus ojos. Esto no podía durar. Tú tenías que notar en mí, incluso cuando me acariciabas con tu dulce mano, extrañezas que indicaban el bosque, mi origen y mi ambiente real. No me quedaba más remedio que volver a la oscuridad, no podía soportar el sol, andaba extraviado, realmente, como una alimaña que ha perdido el camino. Comencé a correr como podía, y siempre me acompañaba este pensamiento: "¡Si pudiera llevármela conmigo!", y este otro: "¿hay acaso tinieblas donde está ella?" ¿Me preguntas como vivo? ¡Así es como vivo!
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Resume el texto en cinco líneas
¿Cuál crees que es el tema? Arguméntalo
La enciclopedia de El país define lo Kafkiano De Franz Kafka, escritor checo
ADJETIVO “Se aplica a las situaciones absurdas y complicadas, por referencia al universo angustioso y opresivo descrito por este autor”
-Analiza cómo aparece reflejada esta definición en el relato
-¿En qué se parece al comienzo de La metamorfosis?
-Hay un contraste oscuridad/luz. Coméntalo
-Hay frases muy bellas. Encuéntralas y coméntalas
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Carta al padre Kafka
Texto 1
Si tu sola presencia física ya me aplastaba...Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestíamos juntos en una casilla. Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentía miserable, y no sólo frente a ti, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas. Pero después salíamos de la Casilla e íbamos entre la gente, yo tomado de tu mano, esqueleto pequeño, vacilante, descalzo sobre las tablas, temeroso del agua, incapaz de imitar tus movimientos para nadar que, con la mejor intención, pero en realidad para mi vergüenza profunda, tú repetías constantemente para enseñarme. Yo me sentía entonces completamente desesperado, y todas mis experiencias desalentadoras en otros terrenos coincidían a la perfección en ese momento. Todos mis pensamientos en apariencia independientes de ti, llevaban desde el principio el peso de tu veredicto adverso...No me refiero aquí a ninguna clase de pensamientos elevados, sino a cualquier asunto pequeño de la infancia. Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa... Bastaba con que yo demostrase algún interés por alguna persona (cosa que, debido a mi carácter, no sucedía muy a menudo) para que tú, en seguida, sin consideración alguna para mis sentimientos ni respeto por mi opinión, te entrometieras con insultos, difamaciones y calumnias.
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Texto II
Los huesos no podían morderse, pero tú sí podías; el vinagre no podía sorberse, pero tú sí podías. Lo principal era cortar el pan en forma correcta, pero no tenía importancia que tú lo hicieras con un cuchillo que chorreaba salsa. Una vez sentados a la mesa, sólo era permitido ocuparse en comer. Pero tú te limpiabas y te cortabas las uñas, sacabas punta a lápices, te hurgabas las orejas con escarbadientes. Te ruego, padre, que me comprendas bien: todos éstos hubieran sido detalles sin importancia, pero se tornaron deprimentes para mí porque tú, un hombre tan enormemente decisivo en mi vida, no cumplías los preceptos que me dictabas
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