miércoles, 27 de abril de 2016

Prince por Santiago Roncagliolo

El cantante Prince, en una imagen de promoción de 2006.

Lo bailado

Bajo los acordes de Prince, los chicos que nos pasábamos la vida inventando experiencias sexuales podíamos saborear unas migajas de deseo

El cantante Prince, en una imagen de promoción de 2006.
Viví mi adolescencia en la Lima de los ochenta, una ciudad tan mojigata como el Madrid de los cincuenta. Uno de nuestros ritos iniciáticos eran las fiestas de 15 años, a las que los chicos acudíamos con trajes remendados de nuestros padres y unas ganas feroces pero inocentes de ligar.
En esas fiestas, el momento más esperado de la noche era la canción lenta. LA canción lenta, porque solo había una, nuestra única oportunidad de tocar a una mujer, aunque fuese separados por toda la longitud de sus brazos rigurosamente castos extendidos en posición de defensa.
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Con cierta frecuencia, esa canción era Purple Rain.
Bajo los acordes de Prince, por unos minutos, los chicos que nos pasábamos la vida contando chistes verdes e inventando experiencias sexuales podíamos saborear unas migajas de deseo, sobrevolar el objetivo con la torpeza de aviadores principiantes y estudiar las formas de una chica de carne y hueso, una especie ignota en los colegios religiosos. Durante años, Purple Rain fue lo más cerca del amor que llegamos.
Pero no eran sólo las canciones de Prince. Eran sus peinados. Y sus guitarras estrambóticas. Y su ambigüedad sexual. Y su provocación. Prince representaba el umbral de un mundo del que todos hablábamos pero nadie conocía. La invitación a la orgía incluso antes de que supiésemos lo que significaba esa palabra. La sensación de que incluso un mundo gris como el nuestro, en el último rincón del planeta, podía iluminarse gracias a la música.
Prince se ha ido demasiado temprano, pero ni siquiera la muerte puede quitarnos lo bailado. Gracias, maestro, por hacernos bailar.

martes, 19 de abril de 2016

Estupor y temblores Manifestaciones culturales

Manifestaciones culturales


-Estupor y temblores, de Alain  Corneau (2003) la película es fiel como pocas al texto original.


-Feliz navidad, Mr. Lawrence  de Nagisa oshima (1983)Amélie  hace un paralelismo dentro del relato entre su caso y el de esta  película ", que narra la relación de atracción-dominio entre un oficial japonés y un prisionero inglés durante la II Guerra Mundial.

-Con carácter más general, sobre todo en relación al choque de culturas entre Occidente/Japón, se puede mencionar Lost in Translation (2003) de Sofia Coppola
Bob Harris, un actor norteamericano en decadencia, acepta una oferta para hacer un anuncio de whisky japonés en Tokio. Está atravesando una aguda crisis y pasa gran parte del tiempo libre en el bar del hotel. Y, precisamente allí, conoce a Charlotte, una joven casada con un fotógrafo que ha ido a Tokio a hacer un reportaje

-sobre el viaje al pasado, Kate y Leopold (2001) de James Mangold
Un moderna ejecutiva (Meg Ryan) y un duque del siglo XIX (Hugh Jackman) se encuentran, por cosas del destino, en el Nueva York de nuestros días, cuando el ex-novio y vecino de ella (Liev Schreiber) consigue viajar a 1876 a través de un portal en el tiempo, pero a su vuelta se trae consigo al apuesto y romántico noble.

-En novela, se puede citar el caso de la aclamadísima Tokio Blues, (Norwegian Wood )del autor japónes Haruki Murakami ( 1987). Esta  novela está en las antípodas del relato de Nothom: en ella los jóvenes japoneses se muestran intensos y atormentados, y para nada tienen el encorsetamiento de los hombres y mujeres de empresa parodiados por Amélie

-también es digno de mencionar el programa de televisión Españoles en el mundo
que suele hacer hincapié en españoles que han logrado –no sin esfuerzo- integrarse en culturas distintas

-muy valiosos son también una serie de reportajes que publicó Juán José Millás
Japón, un país del más allá, donde muestra atracción y rechazo a la par por la cultura nipona


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miércoles, 6 de abril de 2016

Poetas españolas con guitarra (y sintetizador)

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