domingo, 5 de octubre de 2014

Relato de carretera (Al volante del Chevrolet)


Nada más que el afilado tacón de mis zapatos tocó el suelo sentí las gotas de lluvia acariciar mi rostro. La exposición empezaba a las siete, justo el momento en que todo moría en Trodeheim. Abrí mi bolso y comprobé que no había olvidado entre libros y tazas de café mi acreditación. Pude apreciar mi falsa sonrisa en la foto de carnet que decoraba la tarjeta de identificación. Volví a deslizar la cremallera y la sonrisa falsa desapareció. Miré al cielo encapotado y tras varios segundos de indecisión, cogí el móvil, y marqué el número de la estación de taxis.
-Espere por cinco minutos, por favor-contestó una voz dulce al otro lado de la línea antes de colgar.
Me aceché debajo de la tienda de productos veganos que soportaba el peso del edificio dónde vivía y le devolví el saludo a Eirin en mi torpe y vulgar noruego. Ella me sonrió y siguió colocando los paquetes de tofu en los estantes junto al frío.

Esperé los interminables cinco minutos pensando en por qué no habría heredado de mi madre el don de la paciencia y desvié el pensamiento hacia la exposición que dentro de pocos minutos tenía que presentar. Cuadros de artistas jóvenes e inexpertos, pero con cierto talento, muchas veces sobrevalorado, invadirían las paredes de un gran bajo . La música nos empezaría a escuchar, y las copas de vino blanco empezarían a viajar y rozar los labios de una treintena de personas que conversaban animadamente sobre los colores y formas que en sus ojos se reflejaban.

El ruido de un motor cercano me sacó de mis pensamientos y ví acercarse el vehículo blanco que serviría de conexión entre la realidad de mi mundo y la imaginación de los mundos de Tairis, Johan y Martha representada en colores cálidos.

Subí al asiento de atrás con cierta soltura , a pesar de los centímetros artificiales que había añadido a mi fisionomía. Me senté y comprobé que la lluvia no hubiese arruinado el maquillaje y el sencillo peinado, pero una melodía conocida me desconcentró de mi tarea de comprobación. Sonaban los Smiths al ritmo de "There is a light that never goes down". Morrissey cantaba su "driving in your car oh, please don't drop me home because it's not my home,". De repente mi destino cambió , ya no veía los sentimientos abstractos de acuarelistas contemporáneos colgados en las paredes del "gran sótano", si no que me encontraba en el asiento copiloto de su Seat 128 cantando la segunda estrofa " and if a double-decker bus crashes into us to die by your side is such a heavenly way to die... ".La brisa de fin de verano hacía brillar mi sonrisa adolescente, y mis manos asomaban por la ventanilla gritándole al mundo libertad.
Él se reía de mi mala pronunciación a la vez que sus ojos color coca-cola brillaban mirando hacia la carretera sin fin.
Paré inconscientemente de cantar y le dediqué una mirada con los ojos del amor, la cuál le confesaba el simple privilegio que significaba para mí tenerlo a mi lado.

El relajó su espalda , como si un peso hubiese desaparecido de sus hombros y no pudo evitar mirar mis ojos enamorados, sólo por un segundo.
Volvió a mirar a la carretera sin fin ,suspiró y recitó el verso que nunca olvidaré :  "Meteré tu sonrisa en mi maleta y escaparé con rumbo al infinito... "
Y como el frío , él me dejó temblando.

-Son veinte Krones, señorita-La carretera que antes me parecía infinita , había concluído y con ella mi viaje imaginario a sus brazos.
Pagué mi deuda y me bajé silenciosamente de lo que , momentos antes ,me había devuelto una felicidad que duró lo que duran tres semáforos en encenderse y recorrer tres manzanas a cincuenta por hora.


El taxi partió en busca de más personas a las que transportar a sus respectivos submundos y yo me quedé ahí, parada, enfrente del "gran local blanco",intentando adivinar si mi sonrisa seguiría en algún rincón de su maleta.
             Andrea Villar


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